martes, 1 de julio de 2008

Crisis, ¿qué crisis? Esteban de Manuel Jerez


El primer paso para no resolver un problema es no querer verlo, no querer reconocerlo, no querer nombrarlo. Es muy humano, estúpidamente humano. Eso parece ser la consigna del gobierno de Zapatero. El vicepresidente y ministro de economía Pedro Solbes dice que no hay crisis, sólo una rápida desaceleración económica. Su homólogo portugués, en cambio, dice que afrontamos una grave crisis energética, que Europa debe tomar medidas contra la crisis derivada de la subida del precio del petróleo. Medidas que afectan a todos los sectores productivos porque se acaba la era del petróleo barato. Sobre este supuesto se ha montado todo un sistema de producción y consumo. Si se pone esto en cuestión, parece justificado que pensemos en que afrontamos una crisis. Y si escuchar o leer al ministro portugués nos da cierta esperanza, escuchar a nuestro ministro no nos da ninguna. El ministro portugués va más lejos, apunta la necesidad de hacer una transición lo más rápida posible hacia las energías renovables. Al tiempo habla de la necesidad de reformas profundas en todos los sectores productivos, incluido el del transporte.

La semana pasada hemos vivido en España un primer reflejo de la crisis energética. Ha sido el sector del transporte el que ha pedido medidas para que puedan repercutir los costes de la subida de los precios del combustible en sus servicios. Algo similar a lo que piden los agricultores y los pescadores. Y no sólo en España. Es una crisis global con reflejos en todo el mundo. Sin embargo se han topado con los límites y los dogmas de la economía neoliberal que impide regular estas tarifas, prefiere dejarlas al arbitrio de la oferta y la demanda. Aunque esto pueda suponer que pescadores y transportistas no salgan a trabajar porque no les salen las cuentas. Al tiempo que se niega que estemos en crisis, otro ministro del gobierno prepara una ley para devolver a sus países a un millón de inmigrantes ante la inminente subida del paro. Esta medida en precampaña ya la propuso el Partido Popular y fue lógicamente atacado por los socialistas y sus simpatizantes. Baste esta medida como indicador de que quizá si piensan en el gobierno que entramos en crisis aunque nos quieran proteger con el lenguaje, como si fuéramos menores de edad, para no preocuparnos.

Para clarificar y revivificar la democracia habría que empezar por volver a poner nombre a las cosas. Habría que revisar el lenguaje político y renombrar a los partidos porque ellos han cambiado de políticas y de ideología pero siguen jugando con la adhesión emocional que vincula a sus votantes con su historia. Y algo de esto hace falta también si miramos hacia Europa. Esa Europa que debería plantearse cómo gobernar la crisis y tomar medidas en materia de política social, energética y financiera. El ministro de economía portugués pone el dedo en la llaga cuando señala como agravante de la crisis a la especulación financiera sobre el precio del petróleo. Un precio que ha alcanzado los 130 dólares el barril y que según el ministro de economía japonés, los fundamentales del petróleo sólo justificarían un precio de 60 dólares. La diferencia es el precio que tenemos que pagar a los inversores que especulan con el precio del petróleo. El capitalismo financiero, después de provocar la burbuja de los valores de nuevas tecnologías y la burbuja inmobiliaria, que ha dejado a más de la mitad de los españoles con la vivienda fuera de su alcance, ahora busca beneficios en la especulación con las materias primas y los alimentos (condenando al hambre a millones de habitantes del planeta). Les llaman las commodities a estas inversiones seguras que, como efecto colateral, alteran la normal relación del mercado entre oferta y demanda. Cuando en uno de estos mercados entran los especuladores financieros disparan los precios a costa de dejar sin casa, sin alimentos y con una energía desproporcionadamente cara a los ciudadanos que viven en las sociedades de mercado. Y pueden hacerlo porque no hay política global que piense en los intereses generales de los ciudadanos por encima de los intereses particulares de quienes tienen grandes fondos que hacer rentables. Quizá por eso el ministro portugués compara ahora a los gestores de fondos de inversión (que gestionan entre otras cosas los fondos de pensiones), con los corsarios de la primera globalización. Cuando Europa debería enfrentar estos ataques de los fondos de inversión contra los intereses de la mayoría, encontramos a una Europa preocupada por mejorar la flexibilidad del mercado de trabajo introduciendo la jornada de 65 horas semanales y que introduce los dogmas de la política neoliberal en un tratado al que llaman constitucional y que se niegan a someter al refrendo de los ciudadanos. Cuando más necesitamos hacer política con mayúscula y recuperar la implicación política de los ciudadanos nos encontramos con una construcción europea diseñada por burócratas que no deja espacio apenas para la ciudadanía. Irlanda, como antes Francia y Holanda ha dicho no a esta construcción europea. Pero no parece que haya masa crítica en los partidos con representación parlamentaria como para pensar que a lo mejor habría que hacer las cosas de otro modo. Antes bien, asistimos al triste espectáculo de demonizar a los que han pedido el No por una Europa más transparente y democrática. Asistimos a un momento de crisis que podría suponer una oportunidad para cambiar de rumbo. Pero nuestros timoneles se empeñan en negar la mayor y seguir como si nada pasase. Las escenas de supermercados desabastecidos que hemos vivido estos días debieran hacernos pensar que quizá entramos en una etapa en la que tendremos que acostumbrarnos a ello. Que quizá debamos olvidarnos de tener productos alimenticios provenientes de cualquier lugar del planeta mientras tenemos semi abandonados nuestros campos porque a los agricultores locales no les salen las cuentas. En un momento en el que debiéramos aprovechar para revisar el modelo de producción y consumo con un criterio de sostenibilidad social y ambiental, nuestro gobierno sigue empeñado en poner en marcha en Extremadura una refinería que abastezca a una nueva central térmica, en desatender las demandas legítimas de transportistas y pescadores y en encontrar como chivo expiatorio a los trabajadores inmigrantes. No es el comienzo que esperábamos para un gobierno que decía querer poner el cambio climático y la política social en el centro de su política.

Esteban de Manuel Jerez,
Sevilla, 16 de junio de 2008